Las Doncellas Diabólicas
Las hermanas Papin: un crimen que conmocionó el Paris de los años treinta.
Ambas asesinaron a las señoras de la casa dónde servian. No sin antes inflingirles terribles torturas.
Un relato realmente horripilante ...
LA FECHA ERA UN 2 DE FEBRERO DE 1948
El señor René Lancelin, abogado de justificada fama y residente en la ciudad de Le Mans en Francia terminaba su diaria labor. Los papeles de juicios pasados y resueltos eran amontonados meticulosamente en los archivos por su secretaria. René Laneelín tenía fama por su capacidad profesional. De cada cien casos llevados en su bufete, noventa y cinco eran victorias para él.
René Lancelín se encontraba en una magnífica posición económica. Las cuentas de ahorros en diversos bancos eran amplias y de muchas cifras. Sus dividendos eran invertidos en propiedades de buen usufructo. Todo lo cual le permitía ir acumulando una verdadera fortuna. Vivía con su esposa Jeannete y una hermana de ésta.
El matrimonio, ya en su cuarentena avanzada no había tenido hijos y habían perdido la esperanza de lograrlos. Por eso vivía con ellos la más joven de las hermanas de Jeannette Lancelín, llamada Esther.
El matrimonio poseía una sólida casona colonial en una de las calles más céntricas de la ciudad. Una de las pasiones del abogado Lancelín era el atesoramiento de obras de arte. Era su pasión favorita y casi todas las tardes, cuando terminaba su trabajo, partía en busca de diversas tienduchas ubicadas en los barrios más lejanos de la ciudad en busca de tesoros escondidos.
Generalmente tenía suerte y aquella tarde en especial pensaba en su pasatiempo. Había ganado un juicio delicado, costoso y largo que llevara varios meses en la Corte. Se sentía satisfecho consigo mismo y deseoso de brindarse una pequeña recompensa. Muy lejos estaba el abogado Lancelín de la realidad que le esperaba aquella horrible tarde. La realidad de un hogar deshecho y de un crímen de increíble brutalidad ... en su propia casa.
Pero remontémonos un poco en el pasado. Jeannete Lancelín padecía de fuertes dolores de cabeza. Los médicos lo habían diagnosticado como nervioso y le recetaron que descansara muchas horas al día con compresas de agua helada en la frente. Esto hizo que tomara los servicios de dos criadas. Generalmente los trabajos de su hogar eran realizados entre ella y su hermana Esther. Pero, consintiendo a los requerimientos de su marido, preocupado por su salud, la señora decidió buscar servidumbre. Poco tiempo tardó en conseguirla.
Colocó un anuncio en los periódicos. Aquella misma tarde recibió la visita de dos hermanas que lucían como gemelas. Se trataba de las hermanas Lea y Christine Papin, ambas campesinas francesas recién llegadas a la ciudad. Uno de los requisitos indispensables que la señora Lancelín pedía en su anuncio eran las "referencias." Desgraciadamente, las hermanas Papin carecían de referencias. Esto hizo que en la entrevista la buena señora se mostrara indecisa en colocarlas.
Fue entonces que Lea, la mayor de las dos hermanas con 18 años tocó un punto flojo en su alma. Un punto que le costaría la vida. "Señora, somos honradas campesinas y decentes, necesitamos el trabajo para ayudar a nuestros padres" -dijo Lea-. La señora Jeannette Lancelín había sido una campesina acomodada ella misma. Tuvó la suerte de ser enviada a la Universidad mediante los ahorros de sus padres. Allí conoció al que, actualmente era su esposo. Sus recuerdos de campesina y su alma sencilla y buena se conmovieron ante la sinceridad de las hermanas Papin.
Ambas quedaron colocadas. La otra Papin se llamaba Christine y tenía apenas 16 años. Ambas eran tan parecidas y de tan idéntica constitución física que, en muchas ocasiones, fueron tomadas por hermanas gemelas. De ésta forma entraron las "Doncellas Diabólicas" en el hogar de los Lancelín.
"¿Para qué dos ... ? Con una basta" diría más tarde el abogado. "Querido, entre las dos cobran el salario de una. Son campesinas y decentes" argumentaba su bella esposa. El abogado Lancelín no tenía la costumbre de oponerse a los deseos de su querida conyuge, y mucho menos ahora que se encontraba enferma. Incluso él mismo se culpaba de su estado físico debido a que eran incapaces de tener familia.
"Sentí algo extraño, un presentimiento en mí desde que las ví ...” diría tiempo después el abogado en el juicio. Pero ya era muy tarde.
Y ahora volvamos a la fatídica tarde. El reloj del campanario en la Iglesia más cercana dió las seis campanadas. El abogado Lancelín recogió los papeles más urgentes guardándolos en su cartera. ¿Iría a comprar su silla de la época del Rey Sol ... ? Sí. Tenía tiempo. No acostumbraba a llegar a su casa antes de las siete y media. lo cual le daba un margen de hora y media. Se guardó la chequera en el bolsillo y partió hacia la tienducha de antiguedades. y mientras tanto ...
-¿Crees que debemos pagarlo ... ?
-No sé ... tengo miedo ...
Eran las hermanas Papin. Hablaban sobre un tema que al parecer lucía nimio ... el uso de la plancha al vapor.
En días pasados la plancha sufrió un desperfecto. Arreglada, la misma la señora Lancelín les advirtió que no la usaran "privadamente" ya que podía repetirse el desperfecto. Las hermanas Papin usaban la plancha para sus ropas personales a escondidas de la dueña de la casa cuando el desperfecto se repitió. Y para colmo de males los fusibles de la casa volaron dejándolas a oscuras.
Las campesinas estaban aterradas. No sabían qué hacer o que decisión tomar con la plancha. En cualquier momento podía llegar la señora y su hermana de las tiendas. Aún discutían sobre el siguiente paso a tomar cuando se abrió la puerta de la casa.
-La señora ... - susurró Lea.
-Estamos perdidas- sollozó Christine.
A la mente de ambas muchachas vino el recuerdo de su hogar. Allí ambas eran golpeadas día y noche por una madre desnaturalizada y sin el menor motivo. Este fué el punto de partida de la tragedia que ya rondaba a la la residencia del abogado
Las hermanas Papin estaban traumatizadas. Habían escapado de su hogar después de darle una soberana paliza a su madre dejándola ensangrentada en el suelo. La madre en aquel momento, casi un mes después del suceso, aún permanecía entre la vida y la muerte en el pequeño hospital público de su aldea natal.
Lea, que era la más decidida tomó el mando. Su expresión era de furia demoníaca cuando se plantó tras de la puerta.
-Si me dice algo .. .la mato- susurró.
Christine guardó silencio. Temblaba de piés a cabeza mientras que los pasos de la señora Lancelín y su hermana se sentían en la escalera.
-Vienen hacia aquí ... - grito Christine.
-Cállate- susurró su hermana. -
Las señoras conversaban sobre el apagón. Sus voces sonaban airadas. Por lo menos ésto pensaron las hermanas Papin. Penetraron en la habitación llevando un candelabro de bronce labrado entre ellas. Una pesada pieza perteneciente a las antigüedades del abogado.
-Allí estás ... pequeña estúpida, no te dije que no usaras la plan ... Jeannete Lancelín jamás llegó a finalizar la frase. Lea dió un grito horroroso. Un aullido de animal salvaje. Un sonido demoníaco que escapó de lo profundo de su mente torturada por los recuerdos de lo sucedido con su madre. Saltó sobre Esther que permanecía paralizada por el terror y el asombro.
-Dios mío ... estás loca ... - gritó Jeannette retrocediendo y soltando el candelabro que se estrelló en el piso. Las velas se esparcieron por entre las piernas de las mujeres que batallaban.
Resplandores demoníacos escapaban de las pupilas de Lea.
- Te arrancaré los ojos ... te los arrancaré.:.- jadeaba Lea.
El más espantoso quejido escapó de los labios de la hermana.
-Estoy ciega ... ciega ... - gritaba Esther cubriéndose las pupilas con las manos. Dando tumbos. Buscando un apoyo. Extendió el brazo y su mano dejó un rastro de sangre en la blanca pared sobre la cal. Algo cayó al suelo ... -Mis ojos ... me arrancó los ojos ... aullaba Esther.
Mientras tanto Jeannete luchaba a brazo partido con la otra Doncella Diabólica.
-No ... no por favor ... nooo- gritaba Jeannete. Lea seguía llevando el control de la horrible escena de mutilación. De sangre y dolor. Miró a su hermana como si pudiera hipnotizarla.
-Arráncaselos ... - silabeó sordamente. Un nuevo gemido. Un estertor de muerte. Y finalmente el bramido de una persona que siente como fuertes uñas se introducen en sus cuencas visuales arrancando de raíz los globos de los ojos.
Las dos hermanas Lancelín estaban ciegas. Las dos gateaban sobre los coágulos de sangre en el piso. Tanteaban las paredes, los muebles. Por doquier la sangre corría como agua. De sus ojos vacíos brotaban chorros rojos y espesos. Esparcidos en diversas direcciones los gelatinosos globos oculares con una expresión de terror aún retratados en ellos.
Lea y su hermana reían como dementes. Intercambiaban excitadas palabras entre ellas.
-Tenemos que matarlas ... tenemos que matarlas- pedía. Christine.
Lea se fijó en el candelabro. Lo tomó sopesándolo. Al instante saltó sobre la señora Lancelín que perdía y recuperaba sus sentidos alternativamente. Comenzó a golpearla en el cráneo. la mujer se retorcía lanzando ayes de dolor ante el nuevo ataque. El crujido de huesos demostró que su cráneo estallaba en pedazos.
-Noo ... no la mates ... - Era la voz de Christine deteniendo a su hermana. Lea se detuvo con el candelabro en el aire. El bronce se veía opaco y purpúreo con la sangre fresca que goteaba de él.
- Todavía no ... hay que hacerlas sufrir ... sufrir ... Lea estuvo de acuerdo.
Siete de la tarde. Frotaba las manos inclinando su jorobada espalda.
-Ni un franco más de lo dicho, decía el abogado.
-Está bien licenciado, la silla es suya .. "
Los dos hombres se daban la mano. De repente Lancelín comprobaba la hora en su reloj de bolsillo. -Debo marcharme, le ruego que me la envíe con mucho cuidado a mi dirección- decía mientras que firmaba el cheque. El hombrecillo le acompañaba hasta la puerta. -Por supuesto licenciado ... llegará en perfectas condiciones.
Siete y quince minutos. Lancelín llegaba al portón de su casa. Antes que nada sentía que algo extraño estaba sucediendo. En toda la casona no se veía una sola luz. En contraste, las casas vecinas estaban completamente iluminadas. El invierno que se marchaba hacía que a las cinco y media ya fuera de noche oscura.
El abogado buscaba la llave abriendo la puerta. La casa estaba en completo silencio. Un silencio mortal. Teniendo en cuenta que generalmente su esposa venía a recibirle inmediatamente mientras que la hermana le preparaba un buen lugar junto al fuego, aquello era sospechoso.
¿Dónde podrían estar ... ? Un quejido ... un simple quejido desde el dormitorio ... El abogado sintió que la sangre se le paraba en el corazón. y comenzó a ascender la escalera lentamente, iluminándose con su mechero de bolsillo.
Sin saber lo que le podía esperar en aquellas tinieblas que le rodeaban por todas partes. Y en el preciso momento en que el abogado, una media hora antes se despedía del vendedor ...
Lea tenía un martillo. Más bien era una especie de cuchillo con una punta redonda y romo en el extremo opuesto. Mientras que su hermana se había conseguido una Punta de lanza en la colección de antigüedades de su amo. Con estos instrumentos se daban gusto en terminar su horrible, su siniestra tarea de doble asesinato. Aquello más bien era una cámara de torturas. Lea, a instancias de su hermana no había terminado la labor de asesinato en la persona de su ama. Pero, por alguna increíble resistencia interior, ésta, a pesar de estar casi desangrada por las cuencas vacías en las cuales colgaban las puntas de los tendones y nervios arrancados y de tener el cráneo roto a la altura de la frente ... sobrevivía.
No había manera de reconocerla. Era todo sangre. Su rostro era una masa sanguinolenta en diversos tonos. Lea se divertía persiguiéndola. Riendo como una loca. Con el martillo en la mano.
-Por favor ... mátame ... mátame ... sollozaba la señora Lancelín. Lea reía más fuerte. Lejos de matarla, la golpeaba en los lugares en que sabía que la muerte no llegaba. Le partía metódicamente las Clavículas, los fémures, las costillas.
A cada golpe sordo, seguía el siniestro chasquido de algún hueso que se despedazaba. La señora Lancelín cayó desmayada un par de veces. Lea la levantaba introduciéndole la parte aguda de su instrumento de tortura en sus partes íntimas.
El cuadro de horror cesó cuando finalmente Dios tuvo misericordia de aquel despojo humano que, con un último estertor cayó para no levantarse nunca más. Esto desesperó a Lea. Se convirtió en una verdadera fiera. Pateaba, aullaba, gritaba y saltaba sobre la muerta.
Finalmente se abalanzó sobre el cadáver clavándole los dientes profundamente en sus partes sexuales. Arrancándole las ropas para cometer el más horrendo acto sexual con la muerta. Su hermana Christine se le unió en el cuadro demoníaco. Las dos abusaban sexualmente de la muerta. Mientras que una destrozada Esther se arrastraba penosamente en busca de ayuda.
Ambas Doncellas Diabólicas se olvidaron por completo de Esther. La muchacha, a pesar de estar ciega y acribillada a heridas con el afilado punzón que usaran sobre ella, se las arregló para arrastrarse hasta la puerta. En el colmo del estoicismo, logró encontrar los restos de sus destrozadas ropas en el piso. Con las mismas formó dos tapones cubriéndose con inmenso dolor los nervios al desnudo de sus cuencas vacías para evitar el desangramiento total. Y así se arrastró hacia la escalera ...
El abogado Lancelín al principio no supo lo que era. "Pensé que era un perro herido o algo similar ... diría después. Lo que venía, cayendo de escalón en escalón, dejando manchas rojas de sangre caliente, era el despojo de su cuñada. La muchacha elevó su mano hacia él en un mudo gesto.
No le había visto ... pero lo presintió al final de la escalera. El abogado vomitó de miedo, de asco y horror cuando vió los trapos sucios amontonados en las cuencas vacías de los ojos. Por fin logró reponerse y corrió a auxiliarla.
Ya era muy tarde ... Esther acababa de fallecer entre sus brazos. Tuvo tiempo de pronunciar una última frase ... "las Doncellas Diabólicas ... ", susurró antes de expirar.
El señor Lancelín, como todo hombre de provincias, era extremadamente supersticioso. Más tarde, se le reprocharía el no haber acudido en ayuda de su esposa sacrificada en aquel matadero sangriento que era su dormitorio. Sin embargo hay sus atenuantes. El abogado desconocía el horror que le esperaba allí... Jamás pasó por su mente que semejante sadismo y destrucción sangrienta pudieran partir de las manos de un par de doncellas jóvenes y campesinas.
Lo cierto es que abandonó la casa a todo correr. Que buscó la ayuda de la policía abandonando a su esposa en el momento crítico. La autopsia del forense reveló que Jeannette había muerto antes que su hermana. Sin embargo, esto no exoneró de culpas morales al abogado Lancelín, que poco después del juicio de las Doncellas Diabólicas abandonó la ciudad para siempre. Pero nos adelantamos a los acontecimientos.
El Inspector Logre no podía explicarse lo que sucedía. Por más que se afanaba, le era imposible encontrar conexión en las palabras balbuceadas por el conocido abogado Lancelín. "En cierto momento pensé que estaba borracho" diría.
Por fin, la sospecha y su sexto sentido de la profesión le hicieron dejar al hombre a cargo de un médico de la Jefatura policial y correr a la casa con dos gendarmes. "No podía creerlo. Jamás en la vida ví tanta sangre junta. Era un matadero en plena actividad. Sangre en los pisos, sangre en las paredes. Rastros de sangre por doquier. El olor era insoportable."
Las hermanas conocidas como las "Doncellas Diabólicas" en el futuro, fueron encontradas en su habitación. Estaban desnudas, acostadas en la cama y fuertemente abrazadas. No le hicieron la menor resistencia a la policía. Solo pidieron el tiempo suficiente para "limpiar la sangre de sus cuerpos y manos." Esto les fué concedido.
El juicio en la Sala de lo Criminal de la ciudad en Le Mans duró apenas cuatro horas. En este tiempo, ambas hermanas se confesaron autoras del delito. Lo hicieron con toda tranquilidad. Explicaron minuciosamente la forma en que habían destrozado a las señoras. Y, finalmente, cuando se les pidió que dieran el motivo que tenían para semejante crimen, se encogieron de hombros. "Creo que teníamos miedo" dijo Christine. "Me acordé de mamá" estableció Lea.
El público guardaba el más espeso y aterrorizado silencio al final de aquella serie de relatos. Las pruebas ensangrentadas eran nauseabundas. Más de un espectador abandonó la sala de justicia para vomitar.
El Jurado se retiró a deliberar a las cuatro y treinta de un 22 de Febrero. Diez minutos después tenían el veredicto. "Culpables de asesinato en primer grado sin atenuantes." Ambas fueron condenadas a la horca vil.
Sin embargo, el hecho de ser mujeres les salvó la vida. Fueron conducidas a la prisión de Paris en donde pasaron cuatro años. Al cabo de ellos, Lea se suicidó cortándose las venas con un cristal. Mientras, su hermana fué trasladada a un asilo ... completamente loca.
Este fué el terrible final de ... "Las Doncellas Diabólicas."
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